¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Qué triste escuchar a alguien decir esto, ¿no?. ¿Te has parado
a pensar lo que transmite esta frase? Pena, resignación. Transmite
una idea de fin, de no retorno… Y transmite también un ápice de sorpresa, ¿no te
parece?
Este verano descubrí la parábola de la rana hervida en un
libro de Pilar Jericó que se titula “Y si realmente pudieras?” y dice así:
“Si ponemos una rana en una olla de agua hirviendo,
inmediatamente intenta salir. Pero si ponemos la rana en agua a temperatura
ambiente y no la asustamos, se queda tranquila. Al ir elevando la temperatura del
agua poco a poco, la rana no reacciona. Está cada vez más aturdida y,
finalmente, no está en condiciones de salir de la olla. Aunque nada se lo
impide, la rana se queda allí y hierve. Muere. ¿Por qué? Porque su aparato
interno para detectar amenazas a la supervivencia está preparado para cambios
repentinos en el medio ambiente, no para cambios lentos y graduales”.
A las personas a veces nos pasa algo así. Que sufrimos el
síndrome de la rana hervida. Nos van subiendo la temperatura, poco a poco, pero
no le damos importancia, no nos damos cuenta, o no queremos darnos cuenta... Y
sólo cuando la temperatura ya es demasiado alta para poder reaccionar, cuando
ya no podemos hacer nada, cuando estamos en un punto de no retorno, nos damos
cuenta de que hemos ido demasiado lejos. No nos morimos (en casos extremos
también se llega a la muerte, pero no es el objeto de este blog tratar temas tan extremos), pero sí nos vemos en una
situación en la que ya no hay manera de arreglar nada.
Tal vez te sientas identificado con esta parábola en algo
que te está pasando o te ha pasado. Y si no es tu caso, seguro que tienes a
alguien cercano que ha pasado por esto. Es demasiado frecuente…
Es el caso de la pareja que después de muchos años de
relación, de repente se dan cuenta de que no se quieren, no pueden seguir
juntos, o de que ha aparecido una tercera persona. Es el caso de unos padres
que cuando su hijo tiene 20 años se dan cuenta de que no pueden controlarlo, que
se les ha ido de las manos y tienen que internarlo en un centro que les ayude a
reconducir esa situación. O el de esa mujer a la que su marido le ha empezado a
hablar con desprecio y un día se da cuenta (ella o alguien de su entorno) de
que está totalmente anulada.
Seguro que conoces más situaciones en las que aplica esta
frase “Cómo hemos llegado hasta aquí?” Algunas más trágicas, otras menos.
Pensando en este artículo, intentaba pensar qué herramientas
podríamos tener para no llegar nunca a tener que decir esa frase. Que no nos
pille por sorpresa una situación así. Y se me venía a la cabeza una frase que
descubrí hace 2 veranos que dice “Tendríamos que dejar de echarle la culpa a la
gota que colmó el vaso, y hacernos cargo de la comodidad con que nos sentamos a
esperar que se llenase”. Cuántas veces decimos eso de “esto ya es la gota que
colma el vaso!” Y así nos quitamos toda responsabilidad, y dejamos la culpa en
el otro, porque es “el que llenó el vaso hasta esa última gota”… Pero toca ser
responsables, toca hacernos cargo y aprender de estas experiencias:
¿Por qué dejamos que cayese la primera gota sin reaccionar: “una mala contestación” (de un hijo, de
tu pareja o de tu amigo), “un desprecio”.
¿Quizá no sabemos cuándo fue esa primera gota? Puede ser…
Pero ¿Y qué pensamos cuando iban cayendo las siguientes
gotas?: “el hijo que llega tarde a casa
un día tras otro”. “El amigo que
nunca tiene tiempo para nosotros, que hace mucho que no llama”. “La ropa que
sigue tirada por casa que te toca recoger a ti”.
¿De verdad que no veíamos cómo se iba llenando el vaso?.
Mi experiencia, y de los casos que tengo cerca me hace
pensar que no queremos darnos cuenta de que hay un vaso llenándose. No queremos
mirar cómo van cayendo una tras otra esas gotas.
Pero seamos realistas. ¡¿A quién queremos engañar?! Es mucho
más cómodo mirar para otro lado, pensar que ya se resolverá todo con el tiempo,
restarle importancia, o peor aún, pensar que no tiene solución y no hacer nada… Lo realmente difícil es hacerle frente a esas
situaciones, tomar el control y actuar. Pero no lo hacemos. Y solo cuando llega
esa última gota que hace que desborde, nos encontramos con que no sabemos cómo
gestionar la situación. Las consecuencias de haber dejado de lado el vaso tanto
tiempo son irreparables, y cualquier solución tiene que ser drástica.
¿Cómo podemos entonces evitar llegar a esto, si precisamente
el problema radica en que no nos damos cuenta no queremos darnos cuenta?
A mí se me ocurre una manera. Ser conscientes y ser
valientes. Que vivamos conscientes. Que la primera vez que nuestra pareja diga o
haga algo que no nos gusta, lo hablemos. Si no es la primera vez, pero han sido
varias ya… hablémoslo antes de que sea tarde! No dejemos que eso vaya minándonos
hasta que ya no podamos más. Haz este ejercicio: Piensa qué cosas de tu pareja
no te gustan. Pídele que lo piense él. Id a cenar y hablad del tema con
tranquilidad. Sin echar nada en cara. Simplemente trasladando eso que nos
duele, que nos molesta. Buscad una solución para que eso no se convierta en
gotas que van llenando el vaso.
Si tienes hijos, obsérvalos. Mira cómo se comportan con sus
amigos. Escucha sus conversaciones. Habla con ellos. Pregúntales qué les
preocupa, qué les divierte, qué les hace felices. Sólo viviendo su día a día
podrás saber si hay gotas llenando un vaso. Y antes de que sea demasiado tarde
podrás gestionarlo.
Con los amigos, igual. No esperes más. Si crees que hace
tiempo que no te llama, llámale tú. Quizá está pasando por un mal momento y se
ha encerrado en sí mismo. Si ha hecho algo que no te parece bien, díselo. No prejuzgues,
no esperes a que pase el tiempo y se rompa la amistad. Intenta arreglarlo y
sacar del vaso las gotas que hayan podido caer ya.
"Mejor llegar a tiempo de poder vaciar el vaso, que esperar a que llegue esa gota que lo pondrá todo patas arriba."
En general, con cualquier persona, en cualquier entorno
(laboral, familiar, de amistad…), se puede aplicar este ejercicio. Incluso con
nosotros mismos. De hecho, lo más importante es hacerlo con nosotros mismos. Tenemos
que hacer ese ejercicio a menudo. Mirarnos adentro y pensar “¿qué cosas me
están haciendo sentir mal?”. "¿Qué cosas me preocupan?" No pasa nada si tenemos que pedir ayuda, a un
amigo, a un familiar, a un médico. No pasa nada. Mejor llegar a tiempo de poder
vaciar el vaso, que esperar a que llegue esa gota que lo pondrá todo patas
arriba. ¿No te parece?
Espero que te haya ayudado esta reflexión. Muchas gracias por llegar hasta aquí. Si te gusta, compártela. Y si tienes alguna herramienta
que ayude en estas situaciones, no dudes en dejar un comentario.
Un abrazo y a ser felices!
Lo de la rana nunca lo había oído pero si "el elefante encadenado" que viene a ser lo mismo. Muy buen artículo!!
ResponderEliminarHabrás leído entonces el otro artículo del elefante encadenado! Menuda sesión de lectura te has dado!! Gracias por leer y por comentar!! Seguimos leyéndonos!!
EliminarUn abrazo!!